El temperamento de “ellas”

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Puedo suponer que a lo largo de la historia de la humanidad se han presentado casos de mujeres violentas, rudas y geniosas, sobre todo cuando están afectadas por la falta de paciencia. Sin embargo, la imagen que las caracteriza es la que gentilmente las describe como “el sexo débil” o también llamado “el delicado y devoto sexo femenino”.

Para tratar de dibujar un plano justo del carácter de la mujer… (¿cuál de ellas?, preguntarán algunos) es necesario, por elemental justicia, hacer una distinción entre el temperamento individual por una parte, y los factores externos que puedan influir sobre ella, por otra. Culpar a una mujer por su mal genio sin analizar su contorno, puede ser una injusticia y, al mismo tiempo, un error de graves consecuencias.

Sé que tratar sobre el temperamento de las mujeres es como caminar de noche por un campo minado, por lo tanto he de dejar bien claro que estoy dispuesto a retractarme de cualquier afirmación que pueda ser usada en mi contra. De tal suerte que si alguien no está de acuerdo conmigo, le concedo de antemano toda la razón.

A lo que voy es que una cosa es la muy personal forma de reaccionar de cada fémina, y otra -muy distinta- aunque relacionada con ella, son los estímulos positivos y negativos que influyen en su comportamiento. Si partimos de la base de que ellas son seres humanos, al igual que los hombres, sus sentimientos serán obligadamente distintos frente a los estímulos externos, en especial aquellos provocados por sus seres queridos y más cercanos.

Para poder hacer un juicio acertado sobre cada mujer, será necesario partir de la base de que estamos ante una persona que debe ser estimada en todo lo que vale, sin menospreciarla y evitando, también, el grave error de generalizar.

Se me quedó muy gravado un comentario que escuché hace muchos años en un autobús, pues era imposible no oír a dos señoras mientras hablaban sobre cómo veían a una amiga suya. Una de ellas afirmó que se le notaba muy acabada, a lo cual la otra aportó que eso se debía al trato que le daba su esposo. “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”, como bien afirmó -aunque en otro sentido- Sor Juana Inés de la Cruz.
Aquí es donde quería yo llegar: Una mujer casada que se entrega en cuerpo y alma al esposo, y después de años no recibe el reconocimiento de sus esfuerzos, es lógico que comience a dudar de la calidad del amor que el marido dice tenerle.

También habrá que recordar que una de las principales obligaciones de los esposos entre sí es la de respetarse, y hacer respetar la autoridad del otro frente a los hijos.

Lo que está claro es que las mujeres son muy imperfectas. Sí…, quizás tanto como nosotros.