Esa “Historia”

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Resulta evidente que la historia la escriben personas con una ideología concreta y que jamás podrá ser cien por ciento objetiva. A lo largo de los dos últimos siglos han sido muchos los historiadores quienes a nivel ideológico han narrado los hechos con tendencias denigratorias a todo lo que huela a cultura cristiana, donde la Iglesia Católica aparece como entorpecedora de la cultura.

Los enciclopedistas, racionalistas y naturalistas del siglo XVIII, y los positivistas del XIX, parece que hubieran comprado la patente de las ciencias modernas, como si antes que ellos no hubieran existido otros científicos. Esto, a todas luces resulta insostenible. Hasta el siglo anterior los científicos habían sido hombres creyentes.

Al repasar la historia encontramos que las primeras universidades de todo el mundo fueron creadas a impulso y bajo la custodia de la Iglesia Católica , y un claro ejemplo de ello lo tenemos en la Real y Pontificia Universidad de México, actualmente conocida como la Universidad Nacional Autónoma de México.

La cultura de los clásicos griegos se salvó, en gran parte, gracias a la labor de los monjes amanuenses en infinidad de conventos. Quienes rescataron a Aristóteles fueron los filósofos árabes Avicena y Averroes, y más tarde fue introducido al mundo occidental por Santo Tomás de Aquino, quien aceptó como perfectamente válida su Metafísica realista, que sienta las bases de la experimentación científica moderna. Por otra parte, es de todos sabido que la labor educativa en los pueblos de Europa, América, Asia, y África ha sido realizada por instituciones religiosas, en las más diversas ciencias, durante siglos.

Kepler, quien allá por 1600 formulara sus tres famosas leyes donde se establecen relaciones matemáticas para las órbitas elípticas de los planetas alrededor del sol, estaba persuadido de que las leyes naturales pueden ser conocidas por el hombre, “puesto que Dios quiso que las reconociéramos al crearnos según su propia imagen, de manera que pudiéramos participar de sus mismos pensamientos”. En otro momento, con audacia, afirmó: "Nuestro entendimiento es del mismo tipo que el divino”, añadiendo que "esto no supone irreverencia, los designios de Dios son impenetrables, pero no su creación material”.

Copérnico, Galileo, y Newton, entre otros, tenían las mismas convicciones, y con paciente trabajo de muchísimos años, hicieron posible el nacimiento sistemático de la ciencia moderna allá por el siglo XVII, y con otras grandes figuras de esa época desarrollaron diversas disciplinas teniendo todos ellos las mismas convicciones, dado que eran cristianos, y no sólo de nombre, sino frecuentemente, interesados también en el estudio y profundización de temas teológicos.

Los pioneros de la ciencia moderna trabajaron, pues, dentro de una cosmovisión cristiana que favoreció decisivamente sus investigaciones. La doctrina sobre las relaciones entre Dios el hombre y el universo constituyen el fundamento teórico de la actitud científica, y la hicieron posible. Habrá que seguir profundizando, pues, en todas las ciencias, incluyendo las teológicas.