Su atención por favor

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Hace años fueron de compras mi madre y mi hermana y como de costumbre, las llevó el chofer (del autobús) y todo marchaba bien hasta que se bajaron, mejor dicho hasta que se bajó mi mamá, pues cuando lo hizo mi hermana que iba detrás de ella, se tropezó y fue a dar al suelo. El golpe no fue de graves consecuencias, pero sí doloroso y vergonzante, de tal forma que la pobre se quedó sin habla.

Raudos y veloces, dos amables caballeros se prestaron a levantarla tomándola de los brazos, sin embargo, no se percataron de que a mi hermana se le habían enganchado los tacones de los zapatos en el dobladillo de la falda, lo que le impidió estirar las piernas, de forma que, cuando ellos calcularon que había bajado los pies, la soltaron provocando la segunda caída, sin conseguir que los tacones decidieran abandonar su presa, ni ella pudiera soltarlos ya que tenía las manos sujetadas por sus rescatistas. Esta operación se repitió tres veces hasta que alguien descubrió que el tren de aterrizaje estaba inmovilizado.

Para todo esto, mi madre no se enteró de la situación en que se encontraba mi hermana; y suponiendo que caminaba a su lado, mantuvo el tema de conversación que tenían en el autobús, esto es, siguió hablando con alguien que no podía oírla, ni contestar a sus preguntas. La muy grosera de mi hermana la había dejado hablando sola. Lógicamente la autora de mis días se sintió indignada; volvió sobre sus pasos hasta un grupo de gente que en aquel momento rodeaba a su hija y sin pensarlo mucho la regañó preguntándole: ¿Y tú ¿qué haces ahí?

Tomando como base este incidente, quizás nos convenga echar un vistazo a nuestra actitud para analizar dos asuntos de gran importancia: El primero consistirá en saber cuánta atención solemos poner a lo que nos dicen los demás, pues es fácil estar tan abstraídos en nuestros asuntos personales. Por otra parte, y aunque pudiera parecer lo mismo: Qué tanto transmitimos la sensación de atención a quienes nos dicen algo, pues en ocasiones los oímos mientras realizamos labores como escribir a máquina, barrer, cocinar, y de manera muy especial; ver la televisión; haciéndoles sentir que no les ponemos atención.

Poner atención rebasa la buena educación o buenos modales, y requiere un entrenamiento de la inteligencia y de la voluntad.

No considero exagerado que la educación de la atención deba ocupar un papel mucho más importante en los niveles básicos del jardín de niños y durante toda la primaria que el que actualmente se le da.

No resulta raro que se exija a los profesores un desarrollo casi de mago de circo en las técnicas didácticas para conseguir y mantener la atención de los alumnos, cuando estos no tienen hábitos de atención. Esto es, la culpa de los resultados deficientes en la enseñanza se debe en parte a los profesores y en parte a los alumnos y, dicho sea de paso, a los padres de familia.

Pero las cosas se ponen peor a nivel familiar, sobre todo en la comunicación entre los esposos, donde el resultado suele ir mucho más allá de las malas calificaciones... “Sí, claro, ya lo sé... siempre me dejas hablando sola. Como nunca no te importa lo que me pasa...” ¡PELIGRO! ¡Zona de derrumbes!