Esa chica enferma de cáncer

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Probablemente muchos hayamos visto aquella película titulada “El doctor”, en la que se presenta la historia de un médico de cierto prestigio, acostumbrado a tratar con bastante frialdad a sus pacientes, hasta que un buen día, le diagnostican a él un tumor en la garganta, lo cual provoca que todo cambie en su universo.

En el filme aparece una joven con un cáncer bastante avanzado quien se convierte en su “maestra de enfermedad”. Esto es, poco a poco le va enseñando cómo su situación lo debe llevar a convertirse en un auténtico “paciente”. (Aquí me refiero a la virtud de la paciencia).

Hay una escena, en la azotea del hospital, en la que ella le cuenta cuáles fueron sus sentimientos al inicio de su nueva situación, y cómo pensó quitarse la vida arrojándose al vacío en ese mismo lugar; pero algo le hizo cambiar de idea, y ahora impulsaba a su nuevo compañero de dolor animándolo a combatir sus padecimientos diciéndole: ¡Pelea! ¡Pelea!

¿Cuántos de nuestros ideales nobles habrán terminado en el bote de la basura por falta del empuje necesario? ¿Cuántos proyectos gigantes se habrán quedado pequeños? ¿Cuántos amores hermosos se habrán frustrado dejando infelices los corazones que les dieron vida, por falta del coraje requerido?

Pienso que si no todos, la mayoría de los hombres deberíamos morir peleando por algo que valga la pena. Morir con las botas puestas... como los buenos soldados. No se trata de ser groseros o agresivos. No es cuestión de malos modales como hemos de sacar adelante aquello que le dé sentido a nuestra existencia. Es -principalmente- más cuestión de exigencia con nosotros mismos.

Está claro que las medallas olímpicas, como muchas cosas más en esta vida, se ganan desde muchos años antes de que la competencia comience, con una conducta que incluye la disciplina y el previo calentamiento formando la voluntad necesaria.

En nuestro ambiente carecemos de la cultura del calentamiento. Somos más propensos a ganar en base a un coraje repentino y sentimental. Indudablemente este sistema, a veces nos da los resultados deseados, pero, por falta de perseverancia, solemos ceder la palma de la victoria a nuestros oponentes.

Normalmente deseamos ser apoyados por una gran y animosa “porra” para conseguir cada triunfo, porque no contamos con el empuje de virtudes como la fortaleza, la constancia, la humildad, la obediencia y la perseverancia.

El vivir sin ideales y sin pelear sólo puede llevarnos a morir sin sentido, como una semilla que nunca dará fruto porque fue pisada por nuestra indolencia.

Hagámosle caso a esa chica cuando nos invita diciéndonos: ¡Pelea! ¡Pelea! Sobre todo para quienes sabemos que, después de esta vida viene la Vida verdadera por la cual vale la pena todo.