Pobre mundo de hoy

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

La vieja Europa del Este, aquella que llegó a sentirse orgullosa de llamarse Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, hoy en día se ha quedado como una pobre mujer, quien al darse cuenta de que su marido no era lo que ella pensaba; que no podía mantenerla dignamente; que constantemente la engañaba con mentiras; que no le cumplía las promesas, y la hacía trabajar a ella de forma desmedida, decide divorciarse.

La URSS mandó a volar al comunismo, y muchos ingenuamente pensaron que sus problemas comenzarían a resolverse. Pero la realidad es muy otra, ya que aquellos que le coqueteaban cuando estaba casada, no estuvieron dispuestos a mantenerle a sus hijos, ni a resolver los problemas que la falta de valores produjo en la educación de quienes se acostumbraron a ser mantenidos por papá gobierno; ese padre que no podía fomentar el amor al trabajo, pues todo lo que se hacía, o pudiera hacerse, terminaría en manos de todos o, mejor dicho, en manos de “algunos”.

Librarse de un tiránico, torpe y mentiroso, no elimina el peligro de terminar en los brazos de otro igual. Por otra parte, la historia de esa unión fue tristemente larga, pues desde que, en 1917 Vladimir Ulianov (Lenin) y León Bronstein (Trostsky) derrotaron al gobierno moderado de Alexandro Kerensky, quien poco antes derrotara al zar Nicolás II, hasta la significativa caída del muro de Berlín en 1989, habían pasado 72 largos años; esto es, dos generaciones completas.

¿De qué le han servido a aquellas quince repúblicas tener sucursales del “Mc.Donals”, cuando muchos millones de personas ya habían perdido la idea clara de la verdadera naturaleza del hombre, y por lo tanto, de la libertad y la responsabilidad, y muchas cosas más?

Lo peor de esto es que los países que la tenían deslumbrada por el brillo de sus economías tampoco tienen los valores morales que sirven como estructura para sostener una organización social sana. A este punto cabe una pregunta: ¿Para qué les sirve a las naciones industrializadas su éxito comercial, si lo único que les ofrecen a sus jóvenes es un entorno repleto de placer y una tecnología tan avanzada como hueca? Aunque, eso sí, todo ello acompañado por la promesa de una “felicidad” a la que se puede accesar con tarjetas de crédito.

¿Será posible soñar que a América Latina le corresponda salir al rescate de culturas equivocadas, tanto las marxistas como las consumistas, dado el valor que reconocemos en el hombre como un ser compuesto de alma y cuerpo, con un fin trascendente, y de la familia como base de la sociedad?

Cada vez que nos limitamos a medir el progreso de una sociedad con parámetros puramente económicos caemos en un reduccionismo de muy graves consecuencias.