Esposos gladiadores

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Sabemos que hay matrimonios en los que los cónyuges se tienen que mantener en constante cautela para no herir susceptibilidades, hasta el grado de tener que preguntar: ¿Consideras que en este momento te encuentras anímicamente preparado(a), para conseguirme una Coca-Cola? Como también: Si no es indiscreción: ¿Me podrías decir qué hora es? ¡Qué barbaridad! ¡Qué cansado debe ser vivir así!

Qué difícil resulta entender que haya parejas de novios que no sepan respetarse. Noviazgos de cariño "full-contact" y, a pesar de todos los consejos que les dan parientes y amigos, están empeñados en mantener esa relación hasta el matrimonio y cuando llegan a formar una familia, se mantienen por años en actitud de esposos gladiadores.

No son las prohibiciones las que trauman a los niños, sino la falta del cariño y las desavenencias entre los papás.

Por otra parte, tampoco faltan los machos casados con mujeres de carácter débil a las que constantemente les dicen cosas como: Ya párale de llorar. Te vas a deshidratar.

¿Cuántas personas casadas podrían decir -tristemente- mi esposo(a) no me ha hecho feliz? ¿Y cuántas otras sabrán reconocer: Yo no he sabido hacer feliz a mi esposo(a)?

A veces, el panorama de los casados me parece un océano donde se encuentran pequeñas embarcaciones, que no están preparadas para soportar las inevitables tormentas de mediana categoría, ya no digamos los huracanes. Y hay otras que simplemente se mantiene flotando a la deriva sin tener un rumbo claro, y cuando empiezan a hacer agua, por los vaivenes de la navegación, cunde el pánico y no son pocos los que abandonan la nave tratando de salvarse solos o de encontrar otra embarcación que los recoja, sin darse cuenta que, con mucha frecuencia, esas otras barcas también hacen agua por motivos semejantes.

No cabe duda que hoy en día faltan marineros suficientemente preparados para navegar en las aguas matrimoniales.

Como respuesta a un artículo anterior titulado “La aventura del matrimonio”, una asidua lectora, desde Francia, me escribe lo siguiente: Interesante su artículo, pero ni por un momento usted menciona a las parejas que envejecen enamoradas; que pierden la silueta, el color del cabello, la agilidad, pero no esa complicidad intima en la vida con el ser, que como dice la canción, nos quiere con el permiso de Dios. ¿O es tan raro que eso pase? En fin, mi esposo y yo seguimos sentándonos juntitos para ver una película, y yo le paso la mano por la espalda, sólo para tocarlo, y él me sonríe... Él se levanta a traerme un vaso de agua, sólo para que yo no me levante… y yo le plancho las camisas, aunque detesto planchar... Eso sí, no tengo idea de cómo le hicimos para seguir enamorados después de casi 30 años... pero así es.

¡Hermoso ejemplo! ¿Verdad que sí? Pues yo sí sé cómo han sabido mantener viva la llama de su amor: Precisamente porque han entendido que el matrimonio es una vocación de servicio.