La aventura del matrimonio

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Para ser sincero, diré que suelo divertirme mucho cuando doy una conferencia a la que titulé: Esa aventura llamada matrimonio, pues en ella suelo interactuar con los asistentes y siempre afloran cometarios simpáticos, ya que el matrimonio es una realidad sumamente rica. Es evidente que también aparecen las sombras de tragedias que terminan amargando la vida de no pocas familias.

Se cuenta que cerca del frente de batalla, un soldado le preguntó a su compañero: ¿Tú por qué estás en la Legión Extranjera? y escuchó: Porque soy soltero y amo la guerra. Y tú, ¿por qué estás aquí?, preguntó el otro, porque soy casado y amo la paz.

La experiencia nos demuestra que muchas veces amar no es fácil; sino muy difícil. Lo curioso de todo esto es que la casi totalidad de los casados llegaron al matrimonio muy enamorados.

Aquí caben algunos cuestionamientos como: ¿Qué pasó con ese amor? ¿Será que Cupido regresó a recoger sus flechas? ¿Por qué después de noviazgos que duraron años, los esposos se sienten engañados? Está claro que el verdadero amor tiene más que ver con la voluntad y la razón que con los sentimientos, pero mucha gente no lo entiende así. El amor debe mantenerse vivo a base de alimentarlo y cuidarlo como se cuida a los hijos pequeños.

La fórmula que ha unido a muchas parejas es: Y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida. ¡Vaya compromiso! Pero tal parece que con el tiempo aquel juramento se va transformando en un pobre: "y prometo aguantarte y soportarte todos los días de mi vida". ¡Qué triste! Y eso cuando no se ha llegado a situaciones tan graves que desembocan en violencia tanto verbal, física o de silencioso desprecio.

Las decepciones suelen comenzar cuando, tanto el hombre como la mujer, sienten la indiferencia de parte del otro, y es entonces cuando queda claro que si a alguien no le importa lo que tú haces, significa que tú no le importas.

De muchos hogares han escapado la comprensión; los detalles de cariño; el buen humor; la paciencia; la disposición para escuchar; entender y perdonar; así como la capacidad de renuncia personal para hacer felices a los demás. Y todo ello, lógicamente, barre la paz individual hasta que se llega a un grado de saturación en el que todo parece imposible de reedificar.

Si nos dejamos arrastrar por esa falsa idea de que los demás están obligados a hacernos felices, y perdemos de vista el fin trascendente de nuestro paso por esta vida, resultará lógico caer en el error de vivir tratando de gozar de placeres licenciosos que no llenarán nuestras ansias.

Quizás no todas las crisis matrimoniales se puedan resolver favorablemente, pero muchas sí, sobre todo cuando partimos de la buena voluntad y, en ocasiones, de un consejero prudente y experimentado, sin olvidar la ayuda que nos tiene que venir de Dios.