El difícil arte de convivir

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Cada cabeza es un mundo dice el refrán, y no carece de razón. A diario hemos de ejercitarnos en una serie de virtudes que nos permiten relacionarnos con quienes piensan y actúan de muy diversas maneras; especialmente cuando esa pluralidad contraría nuestros gustos y criterios.

Entre familiares, vecinos y compañeros no faltan los imprudentes, aquellos que son más inoportunos que un estornudo en el momento de subrayar. Otros, según nuestro criterio, tienen una visión demasiado estrecha de la vida, son esas personas que están acostumbradas a ver el mundo a través de un popote.

En cuanto a los grados y modos de inteligencia las calificaciones son tan variadas como los astros del cielo. Sin embargo, no es fácil encontrar tontos que admitan sus limitaciones, y entre los listos hay muchos que se sienten mucho más que eso: genios.

Si nos fijamos en la forma que son utilizadas las inteligencias descubrimos que algunas han sido cultivadas con tanto esmero como los jardines del Palacio de Versalles, pero otras aparecen bastante desérticas. Algunas más, por el contrario, se pueden comparar con una vegetación selvática, pues lo mucho que escuchan, estudian y leen, lejos de ordenarles la mente las convierte en gente confusa y ambigua que siempre tienen argumentos para todo y suelen rechazar los criterios ajenos, sobre todo cuando estos han sido considerados clásicos. A estas personas se les olvida que las estrellas que han guiado durante siglos a muchos marineros no son necesariamente las que están más cerca de nuestro sistema solar y que, por lo mismo, los criterios válidos a la naturaleza humana son y serán válidos siempre.

Resulta frecuente que en la convivencia aparezcan esas conversaciones interminables llenas de anécdotas inútiles, así como de opiniones dogmáticas tan subjetivas como intrascendentes; saturadas de vacío, que sólo sirven para satisfacer el ansia de protagonismo de quien no sabe dialogar sino solamente hablar..., si a eso se le puede llamar hablar.

Hay un texto latino en el libro de Qóhelet que dice así: “Perversi diffícile corrigúntur, et stultorum infinitus est númerus”, que podemos traducir como: “Resulta difícil corregir a los perversos y el número de los tontos es infinito”. Lo cual nos puede ayudar a reconocer que muchas veces nos equivocamos, pero no siempre estamos dispuestos a reconocerlo.

Ya pasaron los tiempos en los que se admitía el criterio de dar cachetadas para hacer entender a la gente. Y aunque, por desgracia, hay quienes lo siguen practicando, estamos obligados a hacer actos voluntarios de paciencia y empeñarnos en convencer con argumentos razonables. Cuando la tolerancia va de la mano de la prudencia todo es más fácil.

Todo esto nos abre amplias áreas de oportunidad para mejorar el ambiente donde nos movemos poniendo en práctica también la amabilidad y el espíritu de servicio. En muchas ocasiones convence más una actitud amable que un argumento aplastante.