La niña tarahumara

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Hace cuatro días pude observar a una niña tarahumara, que podría tener ocho o nueve años de edad, atendiendo a quien supongo será su hermanito, de pocos meses. El hecho se repite en toda esta zona del país, pues las personas de esta etnia suelen acudir a las ciudades para recordar que hemos de compartir con ellos lo que tenemos. La palabra que usan es: “Kórima”. A ratos envolvía al niño en su rebozo para cargarlo en su espalda, en otros momentos jugaba con él colocándolo sobre sus rodillas, también tendió en el suelo una pequeña manta para acostarlo.

Pues bien, a pesar de que estuvieron varias horas solos y sin más equipamiento que lo que cabe en una pequeña mochila, el bebé no lloró y su hermana “mayor” se mantuvo serena con la mayor naturalidad del mundo. Lógicamente estos pequeños no tienen acceso a juegos eléctricos, ni electrónicos. Sus mamás no les preguntan qué quieren de comer, ni tienen ropa para escoger.

Observar a aquellos hermanitos me dejó pensando en la abismal diferencia que existe entre estos niños y los hijos de familias de clase media y alta que tan acostumbrados están a quejarse todos los días por motivos por demás banales. En todas las ocasiones que he observado a las familias tarahumaras jamás me ha tocado escuchar los gritos de las mamás diciendo: “ya me tiene harta” o cosas por el estilo.

Ahora haré referencia a otro niño, pero no tan real, y para ello permítanme referirme de nuevo a la tira cómica de mi admirado Calvin, en la que aparece dentro de la tina de baño jugando con su tigre de peluche y un barco de papel, al que idealiza como gran portaaviones, y al que Hobbes hunde tirándose a la tina como una “carga de profundidad”, consiguiendo que el agua salga del cuarto de baño y baje por la escalera de la casa. Acto seguido se ve al papá en la planta baja y volteando hacia atrás mientras le dice a su esposa: “Parece que tenemos una catarata en la escalera, querida. Iré a ver qué hizo “tu” hijo. La tira termina con el grito de la mamá de Calvin que le dice a su esposo: ¿¡MI HIJO!? Ven y déjame explicarte algo…

No cabe duda; hay muchos señores que parecen no haber entendido que tanto el padre como la madre son los principales educadores de los hijos. Estoy convencido de que los pequeños aprenden de sus padres a quejarse, a criticar y a ser sumamente exigentes, pragmáticos y materialistas o, por el contrario, a ser serenos, respetuosos, agradecidos, razonables y colaboradores. También es cierto que el ambiente social y la televisión pesan mucho en el comportamiento de los chicos, pero ahí también son los padres los responsables del buen o mal manejo de esas circunstancias. Por lo menos, vale la pena revisar estos puntos. ¿O no?