Nosotros los tontos

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

¿Nunca se ha reclamado usted diciéndose ¡que tonto soy! o ¡que tonto fui!? Yo sí. Con frecuencia este tipo de quejas solemos hacerlas cuando nos sabemos engañados. ¡Qué difícil es pensar siempre bien de los demás, 
sobre todo cuando los hechos “desde nuestra perspectiva” no tienen más explicación que la mala voluntad de quienes nos defraudan! 
Desafortunadamente nuestras vidas están llenas de decepciones y todo parece indicar que el asunto de las contrariedades seguirá como hasta ahora, o quizás peor, pues parece que nos estamos empeñando en descuidar la formación de valores en las nuevas generaciones debido a que vivir virtuosamente es más exigente, y cada día buscamos más la comodidad. 

El hombre como ser social suele estar rodeado de mucha gente de todos los colores, tamaños, olores y sabores. Los hay cultos y prudentes; honestos y letrados; generosos y sinceros…; pero también nos topamos con 
gente ambiciosa y cruel; algunos son mentirosos y la trampa es su forma habitual de vida; por otra parte no faltan los lujuriosos, los cobardes, los flojos y convenencieros…, en fin, de todo un poco como las luces y 
las sombras de los paisajes, y no podemos pretender aislarnos de esos contrastes pues el hombre arrastra su condición de criatura imperfecta desde el principio. 
Entre quienes nos movemos no existen los hombres y mujeres químicamente perfectos y llenos de bondad. Todos tenemos nuestras limitaciones y vicios, y entre los malvados podemos descubrir, también, gestos de 
benevolencia. Además no todo lo bueno que hacemos va acompañado de una intención recta, pues la vanidad y el orgullo, si no son manifiestos, andan por ahí, en algún rincón de nuestras almas escondiéndose para que no los veamos, pero… no se van. ¡Qué complicados somos! 
Esta semana hice un viaje a la Ciudad de México en autobús, cuando regresaba, al salir de la estación del Metro, observé los intentos de un hombre cuyo trabajo consiste en organizar el paso de los peatones y autos frente a la puerta central. Este individuo está armado de un silbato y una especie de pancarta, más bien un señalamiento de “ALTO” que levanta en dirección a los caminantes y automóviles según sea el caso, sin embargo, me percaté que muchos, especialmente los peatones, no suelen respetar sus indicaciones. Cuando me acerqué a él le comenté: ¡Qué difícil trabajo tiene! y con tono de molestia me dijo: “Es que no tenemos cultura”. Vaya, por Dios, otro que va a la raíz del problema. Sí señor. Pero no pensemos que tales actitudes son propias y exclusivas de quienes, por falta de recursos, tienen que desplazarse en Metro y autobuses. Qué va, lo mismo, y peor a veces, lo encontramos en jovencitos y adultos conduciendo autos de lujo por zonas exclusivas de las grandes ciudades. 
¡Lástima de colegiaturas! Como dice mi querido René Alonso: “Los que se creen hechos a mano”.
Por algo se dice que no hay profesión más importante que la Pedagogía, en cuanto se dedica a la formación integral del ser humano. Pero aquí nos encontramos con otros gravísimos problemas: Los padres de familia no 
saben de educación pues no han estudiado para ello. Pura improvisación y un poquito de sentido común aunado a mucha falta de paciencia. Por su parte, los maestros en las escuelas con sueldos y aceptación social que 
no les permiten crecer como profesionistas. No se les valora ni se les respeta como se debería -y se debería mucho-.
Pregúntese querido amigo, si se atrevería a ser guía de una expedición a un lugar que desconoce y del que solamente ha oído hablar, sabiendo que la travesía será muy larga: un desplazamiento que durará años. Dicho 
lugar tiene no pocos peligros y además cada año va cambiando; si no conoce las técnicas de orientación y no se dejas aconsejar por los expertos; si quienes lo acompañan ponen en usted su completa confianza y lo 
peor de todo: no tiene claro hacia dónde tiene que dirigirse… ¿Se atrevería? ¿Se ha percatado que es el guía de su familia en el viaje de la vida?
Quizás sea tiempo de hacer un buen parón en el camino y dejar de quejarnos o de llamarnos tontos a nosotros mismos, y sin culpar a otros, para replantearnos hacia dónde estamos dirigiendo nuestras existencias, pues 
Dios nos regaló la vida para ser felices en esta vida y en la otra, pero tal parece que nos hemos olvidado de ello. Ánimo campeón su pareja y sus hijos esperan mucho de usted.