Los que sí y los que no

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Hace tiempo un periódico publicó una caricatura en la que aparecen varios pájaros descansando sobre un cable. Siete de ellos viendo al frente con la mirada perdida, y uno volteando la cabeza para preguntarle a su vecino: ¿No crees que deberíamos estar haciendo algo útil? Me acordé de aquel encuestador que preguntó al gerente de personal de una fábrica: “Oiga, señor, aquí, ¿cuántas personas trabajan?” y el entrevistado respondió: “La mitad”.

¿Acaso usted no se encuentra todos los días con quienes parecen haber sido contratados para crear obstáculos, inventar dificultades e implementar sistemas para entorpecer acciones ajenas; mientras, por otra parte, también descubre personas que se prestan a ayudar con gran solicitud y buenos modales, facilitando todo tipo de gestiones?

¿Por qué unos sí y otros no? Indudablemente nos encontramos ante un tema relacionado con la cultura, pero no hablo de la cultura que depende de los estudios académicos, sino de esa otra cultura de atención y servicio con que nos nutren nuestras madres desde que nos alimentan con sus benditos pechos.

Qué difícil resulta entablar una negociación, o una simple conversación, con personas que parecen haber nacido con una cebolla cruda en el estómago. Son quienes suelen criticar, criticar y criticar, y como dice el refrán: “Hasta lo que no comen les hace daño”. En cambio, qué maravilla toparse con una de esas secretarias que, sin coqueteos, se esfuerzan por poner toda su atención y su capacidad de gestión para facilitar todo, y además..., sonriendo.

En la medida que crecen nuestras ciudades aparecen y se agudizan ciertos problemas con la correspondiente exigencia para ejercitarnos en la virtud de la solidaridad, basada en el principio de que “todos somos responsables de todos”.

Sin embargo, nuestro egoísmo suele ser alimentado por campañas como “La familia pequeña vive mejor”, cuando la experiencia nos demuestra que esa calidad de la vida social fundamentada principalmente en la adquisición y uso de bienes materiales y culturales, no depende del número de hijos sino del tipo de educación. Un claro ejemplo de ello lo encontramos en los países del primer mundo; en esas grandes potencias con un ingreso “per capita” alto, donde suelen presentarse preocupantes niveles de alcoholismo, divorcios, drogadicción y, como consecuencia, el abandono del hogar por parte de los hijos cuando llegan a la mayoría de edad. ¡Cuidado! pues esos esquemas, tan envidiados por algunos, los tenemos dentro de nuestros hogares a través de los medios de comunicación todos los días.

Quizás nos convenga revisar cómo estamos fomentando las virtudes en todos los miembros de la familia.