La violencia de los narcos

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Hace pocos días, en un poblado de Oaxaca, un sacerdote fue golpeado brutalmente por varios sujetos en represalia por haber llamado la atención en su homilía a quienes participaban en el narcotráfico y a quienes le rinden culto a la “santa muerte”.

Está claro que uno de los deberes de la Iglesia sea defender la verdad de la Ley de Dios llamando a la virtud, virtud, y al pecado, pecado; sin que la violencia pueda acallar una realidad que todo ser humano debe respetar, vivir y predicar.

Por otra parte, no hace mucho se dio a conocer la noticia sobre las amenazas que se hicieron a los miembros de la Cruz Roja de Ciudad Juárez por atreverse a atender a las víctimas de la delincuencia organizada.

En esta semana me preguntó un señor cómo podría encontrar un hotel para pasar la noche pues venía de lejos con su esposa, y todavía les faltaban más de 300 kilómetros para llegar a su ciudad; especialmente porque quedaba poco tiempo para que comenzara a oscurecer y “como están las cosas -me dijo- nos da miedo viajar de noche”. Dentro de aquella conversación se quejaba comentando: “es increíble que todo esto haya comenzado hace apenas dos años”. Yo le contesté que no estaba de acuerdo, pues nuestros problemas de violencia comenzaron hace muchos años conforme nos fuimos olvidando de Dios.

Las causas que han dado origen a la delincuencia organizada, y los problemas sociales que ésta trae consigo, se pueden encontrar en un tejido de razones como la desintegración familiar, la educación laica, el manejo de la televisión y el cine que -so pretexto de apertura de criterio- han deteriorado el valor de la mujer, de la familia y de la sociedad promoviendo la promiscuidad, la violencia y otros delitos. Un factor más, de no poca importancia, es la falta de solidaridad social que acrecienta los problemas económicos y, por lo mismo, la ampliación de la brecha que separa a los ricos de los pobres.

Los atentados violentos en grupo, con armas de fuego y huyendo, evidentemente son actos cometidos por cobardes; por personas con miedo quienes actúan como lo hacen los animales al sentirse amenazados.

Sin embargo, siempre queda abierta la puerta para que estas personas reconozcan sus errores y pongan los medios para escapar de la cloaca de la delincuencia, componiendo todo lo que esté desordenado y, entonces sí, tengan la valentía de jugarse la vida por un motivo que valga la pena, pues todos sabemos que esos grupos suelen perseguir a sus desertores.

En estos temas no cabe la neutralidad. Cada uno de nosotros está comprometido moralmente para restaurar el orden social, comenzando por su propia familia.