Santaclaus y otras mentiras

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

No me resulta raro que algunos niños me pregunten si realmente existe Santaclós, con lo que me meten en un grave aprieto, del cual procuro salir respondiendo con otra pregunta: ¿Qué te han dicho tus papás? Y la respuesta suele ser la misma: "pues ellos me dicen que sí, pero mis amigos me dicen que son mis papás... ¿si son mis papás los que me traen los regalos?" Una vez planteada la tremenda problemática con tan diáfana claridad, y siendo consciente de que no me toca a mí desautorizar a los siempre virtuosos progenitores (bueno, digamos que casi siempre virtuosos).

Mi respuesta suele ser clara pero no tan directa: Mira, el verdadero nombre de Santaciós es San Nicolás y en países de habla inglesa lo escriben Santa Claus y por supuesto que existe, él era un obispo muy bueno que amaba mucho a Dios, y cuando tenía la oportunidad de ayudar a los demás, siempre lo hacía. Cuentan que en ocasiones conseguía dinero para poder resolver los problemas de algunas personas, por eso mucha gente dice que San Nicolás nos trae los regalos, y como los papás son tan buenos, cuando nos hacen favores, procuran hacerlo sin que nos demos cuenta para que no les demos las gracias.

Ahora bien, San Nicolás es tan popular como mal conocido. Era obispo de Mira, en Asia Menor, a comienzos del siglo IV. Su culto, ya muy extendido en Oriente, se propagó en nuestros países, sobre todo después del traslado de sus reliquias a Bari, en Italia en 1087, por ello es normalmente conocido como "San Nicolás de Bari". Son innumerables las Iglesias que se le han dedicado en todo el mundo y la iconografía ha multiplicado sus imágenes. El más conocido de los milagros atribuidos al santo es la resurrección de tres niños colocados en un saladero, pues en aquella época no era infrecuente que en vez de “dar gato por liebre”, dieran “niño por vaca”.

En fin, entre Santaclós, la cigüeña que trae los niños de París, el ratón que deja dinero a cambio de los dientes de los niños chimuelos, y demás inventos, muchos papás pasan a engrosar las filas de los mentirosos y luego quieren que sus hijos no les mientan nunca.

Es cierto que debemos respetar la inocencia de los pequeños, al igual que su desorbitada imaginación, pero también habremos de respetar sus inteligencias procurando no confundidos.

Se me ocurre que lo mejor en estos casos, pueden ser fórmulas como dejarles bien claro que los regalos se los dan sus padres, como una manifestación del amor que les tienen aunado a la alegría del nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros, que vino a ser nuestro Salvador pero también nuestro amigo, y que para que no le tengamos miedo se hace niño -recién nacido- envuelto en pañales, es decir Jesús es el verdadero Dios, y por lo mismo no puede dejar de serlo, pero a su naturaleza divina une la naturaleza humana, haciéndose así Dios y hombre verdadero. Me parece que esta visión puede ayudar a que los niños entiendan que ellos también deberán hacer regalos en ese maravilloso día, pues todos estamos obligados a corresponder al amor que Dios nos demuestra, y amor con amor se paga.