La democracia y el Fosfovitacal

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Cuando era niño disfrutaba enormemente de las magias y los juegos de palabras de los simpáticos merolicos, y ahora me resultan más agradables aun que en aquel entonces. Recuerdo que vendían un supuesto medicamento milagroso llamado Fosfovitacal, “Fo de fósforo; vi, de vitamínico; y cal… creo que también tiene” rezaban los argumentos publicitarios de aquellos prestidigitadores ambulantes. Fosfovitacal era capaz de curar toda dolencia padecida por los seres humanos sin necesidad de internamientos hospitalarios, cirugías o tratamientos alópatas u homeópatas. Además era sumamente barato.

Pues no sé por qué, pero el asunto de la democracia muchas veces me recuerda al Fosfovitacal, con la enorme diferencia de que la democracia no es nada barata, sino sumamente cara. Copio unas líneas que desde Francia me hizo favor de enviarme la amable Doctora Teresa Armenta de Lachevre. “Cuando daba clases en secundaria, para criticar a la democracia les decía a mis alumnos de Física y Química que votaríamos por el resultado correcto de los problemas, en donde ellos habían encontrado resultados diferentes. Los muchachos se reían pues veían lo absurdo del asunto. Entonces les comentaba: La democracia no es la que puede decidir lo que es la verdad, ni en un problema de Física ni en muchas otras cosas; sólo dice lo que quiere la mayoría”. ¡Cuánta sabiduría encierra este sencillo argumento!

“El mundo está loco” era el título de una famosa película, y también aquí, ¡cuánta razón! Tanto en los países tercermundistas, como en los del primer mundo, nos topamos con las absurdas propuestas de leyes a favor de aberraciones antinaturales promulgadas por las cámaras de diputados, de senadores y de los comunes… y de los corrientes…, que nunca faltan.

Está claro que la solidaridad nos debe llevar a la denuncia, pero también a la reflexión, a la propuesta y al compromiso en proyectos culturales y sociales; a la laboriosidad eficaz dentro de un humanismo integral y solidario, que sea capaz de enfrentar ideologías economicistas de corte egoísta que sólo favorecen a los poderosos y a esos grupos de presión, a quienes no les faltan “argumentos” y altavoces para romper el orden natural de la sociedad pervirtiendo la figura de la familia y corrompiendo a la juventud.

Es evidente que todos los seres humanos valemos lo mismo por participar de la misma dignidad, y que Estado y sociedad no son lo mismo. El Estado debe estar al servicio de la sociedad y no ser su dueño o su controlador. Pienso que esto todos lo tenemos claro, sin embargo, parecería que a algunos se les olvidan estas ideas cuando llegan a ocupar un puesto público.

Opino que callar en estos temas, o quedarnos con los brazos cruzados, nos coloca en la categoría de cómplices.