¿Cuál estrés?

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Hace algún tiempo fui con unos amigos a un paseo en bicicletas. Los ciclistas eran ellos, yo me ocupé de llevarlos en un vehículo con todo lo necesario: líquidos, comida, herramientas y demás. Aquel recorrido por veredas de montaña comenzó en Tepic, Nayarit y terminó en una bella playa, después de subir y bajar por lugares que nos ofrecieron climas y escenarios muy variados, pero todos ellos hermosos.

En una de las partes altas, coincidimos con un hombre que estaba construyendo, con gran habilidad, un muro de piedra que enmarcaría la entrada a una finca. Hombre que rondaba los cincuenta años, pero en sus brazos morenos destacaban unos músculos bien marcados, de esos que no necesitan levantar pesas en un gimnasio, ni esteroides, pues con el trabajo basta. Mientras preparaba “la mezcla” con cemento, arena y agua y colocaba las piedras con el arte de quien conoce bien su oficio, se le podía oír cantar y silbar con fuerza. Uno de mis amigos, en tono de broma, nos comentó: ¿Cuál estrés?

Es lógico que a ese titán del monte no le hayan faltado penas en la vida. ¿A quién no? Pero aquel día ese hombre disfrutaba lo que hacía.

Durante el recorrido gocé de un buen rato de música… Ah, cuánta diferencia de los viajes actuales con aquellos que realizaban nuestros abuelos hace apenas cien años, en carretas con ruedas de madera, sin los cómodos asientos reclinables de ahora, sin más música que la que podrían cantar o silbar los mismos pasajeros… Pues bien, entre la música que escuché había una canción que dice que: “no es lo mismo vivir que estar vivo”. Muy cierto.

En nuestras civilizadas formas de vida muchas veces no encontramos el tiempo para comer con calma, conviviendo con la familia. Nuestros desplazamientos -siempre apresurados- suelen estar teñidos con muecas y juicios temerarios hacia los demás conductores, cuando no con malas y amenazantes palabras. La relación con compañeros, jefes y subordinados se rige por la muy mexicana y chicharronera la ley de “aquí nomás mis chicharrones truenan”.

Está muy bien que procuremos pensar más de lo acostumbrado para cometer menos errores, pero también es importante poner atención a aquello que nos produce placer, para poder disfrutar lo que la vida nos ofrece. Ahora cuando muchos no se acuerdan de Dios, y los que lo tratan lo hacen con prisa, es importante que nos detengamos a charlar con Aquel a quien le debemos todo y sin el cual no seríamos nada. No perdamos de vista que nuestra vida puede cambiar por completo en un instante, y que lo único real es el presente. Nuestras tensiones tienen mucha relación con nuestras actitudes.