Nos estamos haciendo viejos

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

Esta vez se trató de un grupo de señores -ya de ciertas edades- y mi objetivo era ayudarlos a pensar sobre algo muy sencillo: nos estamos haciendo viejos. Así sin rodeos. Ahora bien, los viejos podemos disfrutar de muchas maravillas en esta etapa de la vida como pensar, con más calma, sobre lo que realmente vale la pena. Podemos, con la ventaja de la lejanía, tener una visión más objetiva de la realidad en la que hemos vivido y estamos viviendo. Podemos, también, dar consejos, si es que tenemos la dicha de que alguien nos ponga atención, confiando en nuestra larga experiencia.

Me decía alguno de esos jovenzuelos de setenta y pocos años: “ahora que los demonios del sexo ya no me atacan puedo pensar mejor en muchos asuntos importantes”. Claro está que todo dentro de un espectáculo de luz y sonido compuesto por achaques y molestias propias de la edad. ¿Qué le vamos a hacer?

Los chamacos presumen diciendo: “¡Me conseguí una muchacha!”. Los adultos, en un tono menos impetuoso, comentan: “Me conseguí un trabajo”, y los mayores susurran con tono de alivio: “Me conseguí un remedio”. No cabe duda que el tiempo no pasa en balde y nuestros intereses van cambiando. Es parte del show.

En contra de lo que comentan como piropo algunas personas cuando nos dicen: “Caray, fulanito, el tiempo no pasa por ti”, podríamos contestar: “No, lo malo es que no pasa… se queda”.

Pero echemos un vistazo a esos peligros que acompañan a la edad. Con el correr del tiempo se ablanda el corazón, pero curiosamente nos hacemos más intransigentes. Somos más conscientes de nuestras limitaciones, pero queremos imponer nuestro punto de vista. Nos damos cuenta de que estamos de salida, pero nos resistimos a abandonar el escenario en los negocios y en las instituciones. Queremos disfrutar de todos los adelantos que el mundo actual nos ofrece, pero pensamos que todo tiempo pasado fue mejor. Reclamamos que los jóvenes no valoran lo que los adultos hemos hecho por ellos, pero se nos olvida que a nosotros nos pasó lo mismo.

Junto con la calcificación de los huesos corremos el peligro de que se nos calcifiquen las mañas y quedarnos solos encerrados en nuestro egoísmo calificando al mundo de injusto, cuando no supimos ganarnos el cariño y la comprensión de aquellos que esperaron eso mismo de nosotros años atrás.

Está claro que a estas alturas del partido hacer cambios en la alineación y en las tácticas de juego es más difícil, pero si cometemos el error de abandonar la lucha por ser cada día mejores, podemos echar a perder gran parte de los logros que hayamos conseguido a lo largo de nuestra vida. Ánimo viejitos, ya casi llegamos a la meta. Hay que dar el último empujón.