Puros cuentos

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

Comida en casa de unos amigos. Un pequeño de cuatro años frente a la televisión. En la pantalla: figuras de híbridos humano-animales con gestos de coraje. Sonidos extraños, rugidos y rayos fulminantes que salen de poderosas armas. Lenguaje amenazante. Las figuras se transforman, crecen, vuelan, desaparecen, se electrizan, mueren y reviven sin mayor explicación. El pequeño no se mueve, absorto por lo que tiene enfrente. No queda claro hasta dónde un personaje es bueno, malo, o simplemente un guerrero que sabe matar.

Todo ello rebasa, por supuesto, la paciencia de cualquier abuelita que se escandaliza, y si no se rasga las vestiduras es por puro pudor y porque la ropa está muy cara, pero eso sí no deja de declarar que esos programas son una porquería.

Si es cierto que el ser humano se distingue de los animales por su racionalidad, debemos inferir que nuestros actos libres deberían estar influidos por motivos lógicos y no por la simple inercia. En otras palabras, cuando realizamos cualquier actividad deberíamos hacerlo en búsqueda de un objetivo que se adecue a nuestra naturaleza. De hecho las posibilidades son infinitas: trabajo, estudio, deporte, descanso, diversión y todo ello manejado de acuerdo a una jerarquía de valores que nos facilite la superación personal y social.

Ahora bien, estas ideas nos pueden servir para analizar cómo estamos usando nuestra irrepetible vida y, dentro de este análisis, repasar cómo ayudamos a los menores a que crezcan como personas de provecho. De ahí la conveniencia de estudiar, entre muchas otras cosas, los programas de televisión que solemos ver y a los que muchos niños y adolescentes dedican tantas horas del día.

Ahora, cuando tanto se discute sobre los efectos nocivos del tabaco, vale la pena poner más atención en lo que muchos psicólogos nos han venido insistiendo desde hace años acerca de la contaminación psíquica que producen algunos programas de televisión en los niños y adolescentes. Este tipo de intoxicación no suele producir efectos inmediatos, pero esto no significa que no sean importantes.

En caso de que algún padre de familia descubra que las transmisiones televisivas que ven sus hijos no los benefician e, incluso, pueden ser nocivas, se deberá plantear qué alternativa se les puede presentar para sustituir algo que les resulta tan apetecible. Claro está que esta opción no resulta fácil, pero siempre se podrá encontrar algo que ocupe el tiempo libre de los menores.

Tradicionalmente los cuentos tenían finalidad educativa; dejaban alguna enseñanza positiva. Actualmente, si bien nos va, están vacíos. Me pregunto si no será conveniente cuidar la televisión como se cuidan las botellas de cloro para que los niños no se sigan envenenando.