Rojo para ciegos

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Hace tiempo asistí a una reunión con algunos letrados, de esos que leen y escriben de todo. Gente de diversos calibres y matices intelectuales e ideológicos; sin embargo, el común denominador era la falta de fe en asuntos de carácter sobrenatural. Aquella no era una merienda de negros sino más bien una cena en la que había varios agnósticos, ateos y descreídos. Con mi atuendo negro y mi alzacuellos, que denotaban claramente mi condición de sacerdote, me acordé del refrán que dice que: En la nieve, el negro es un blanco perfecto. 

Pues así fue. Después de un tiempo de pacífica y respetuosa convivencia, fueron apareciendo una serie de cuestionamientos -no dudas- acerca de temas que tienen relación con la fe católica; entre otros, cuál es el motivo para afirmar la infalibilidad del Papa en cuestiones de fe y moral. Mi respuesta no podía ser otra: La asistencia del Espíritu Santo sobre el Romano Pontífice. En ese momento, y con la rapidez de la luz se produjo una carcajada generalizada en tono de protesta. Estaba claro; me percaté que intentaba explicar el color rojo a un grupo de ciegos. 

Con frecuencia, quienes manejan la opinión a través de notas editoriales son personas cuyas inteligencias parecen impedidas de acceder a criterios sobrenaturales, y no por falta de capacidad intelectual, pues en muchos de esos casos, son mentes privilegiadas, sino por otros motivos de carácter personal. Su actitud está protegida por una serie de filtros ante todo aquello que consideran mitos, cuentos, ficciones o fantasías. 

El positivismo y el pragmatismo han invadido la conciencia de los hombres de nuestra época. No se acepta lo que no puede ser medido y pesado. Lo que no es útil de forma inmediata en el quehacer económicamente valuable, o para efectos de la salud corporal, no tiene motivo de ser. Se acepta a Dios cuando éste cura nuestras enfermedades; nos consigue trabajo o decide que ganemos el premio mayor de la lotería. Pero un Dios que exige creer en misterios que superan la razón humana resulta absurdo. Un Dios dogmático y moralista es insoportable y -además- obsoleto...: pertenece a un pasado superado o, incluso, mitológico. 

En la homilía del inicio de su pontificado, Benedicto XVI decía: “Hay muchas formas de desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre. Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores”. 

En otro momento de su homilía, Benedicto XVI afirmaba: “Los hombres vivimos alienados, en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera... hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios. Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar Dios a los hombres”. 

Triste realidad la existencia de almas cerradas a razones ajenas a su propio criterio; son esas personas cuya autosuficiencia sólo admite la lluvia de su propia sabiduría y es precisamente esa actitud la que las lleva a secarse, a convertirse en desiertos con figura humana. Por eso sus comentarios suelen ser amargos, saben a seco, y la crítica es su oficio favorito. En cambio la frescura que distingue a las tierras fértiles propaga humedad, pero esa agua, con frecuencia, viene del cielo, de unas nubes que se formaron a miles de kilómetros, en lugares desconocidos para nosotros. 

Sólo en la medida en que nos abrimos a realidades externas podemos crecer, admitiendo, entre otras cosas, que la lógica divina no se someta a la humana sino que simplemente la supera. Todo esto tiene mucha relación con un texto de San Josemaría Escrivá de Balaguer: “La gente tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen”. En contra de la opinión de muchos...: La esperanza sigue viva.