Ese Dios empañalado

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

        “Había unos pastores por aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche. De improviso un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de luz y se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo: No teman, pues vengo a anunciarles una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy les ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre”. (San Lucas 1, 9-13).

El proceso de crecimiento en todo ser viviente, tanto vegetal, animal, como humano, es asombroso. Que una semilla llegue a convertirse en un árbol gigantesco; que un pequeñísimo óvulo fecundado por un minúsculo espermatozoide se trasforme en un atleta, un científico, o en hábil  chofer de autobús es más sorprendente aún. Pero en la naturaleza no conocemos ningún ser que invierta ese proceso, es decir, que pase de árbol a semilla o de anciano a recién nacido.

Lo anterior me viene a la cabeza, pues gracias a la fe -que es un don sobrenatural- muchos sabemos que Dios se humilló hasta hacerse hombre…, niño…, bebé…, y se dejó envolver en pañales. Pero si Dios decidió humillarse hasta ese grado tiene que haber un motivo muy poderoso, y no encuentro otro que no sea el amor.

Con gran optimismo, San Josemaría Escrivá escribió,  apoyado en una cita de San Bernardo: “No es presunción afirmar podemos. Jesucristo nos enseña este camino divino y nos pide que lo emprendamos, porque Él lo ha hecho humano y asequible a nuestra flaqueza. Por eso se ha abajado tanto. Este fue el motivo por el que se abatió, tomando forma de siervo aquel Señor que como Dios era igual al Padre; pero se abatió en la majestad y potencia, no en la bondad ni en la misericordia.

     “La bondad de Dios nos quiere hacer fácil el camino. No rechacemos la invitación de Jesús, no le digamos que no, no nos hagamos sordos a su llamada: porque no existen excusas, no tenemos motivo para continuar pensando que no podemos. Él nos ha enseñado con su ejemplo. Por tanto, os pido encarecidamente, hermanos míos, que no permitáis que se os haya mostrado en balde un modelo tan precioso, sino que os conforméis a El y os renovéis en el espíritu de vuestra alma”. “Es Cristo que pasa, 14” .

Ningún ateo ha podido, ni podrá, demostrar que Dios no existe, en cambio sí existen argumentos racionales para demostrar su existencia. Pero la fuerza de la certeza nos viene más por la fe que por la razón y con esa fortaleza podemos vivir y morir con la paz y la alegría de sabernos amados por Dios.