La grosería como moda

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

Todos corremos peligro de creernos los poseedores de la verdad; los dueños de los sistemas de pensamiento; los gurús en la difícil ciencia del vivir; los guías de todas las rutas; los señores de este mundo y de otros. Y esto se manifiesta especialmente en los tonos de voz mayestáticos o irónicos; las posturas corporales, y las exigencias a los demás; las formas vanidosas de intervenir en las conversaciones; los argumentos rectilíneos donde no pueden afluir otros ramales, ni se permiten salidas a veredas que no hayan sido trazadas por nosotros; así como los calificativos humillantes a quienes no pertenecen a nuestro club de admiradores. No cabe duda: los únicos que saben qué hay que hacer, cuándo y dónde, somos nosotros.

No son pocos quienes se la pasan hablando de lo que les gusta y les molesta, como sí esa fuera la medida para calificar a personas, actividades y productos. En el extremo opuesto encontramos a los auténticos grandes personajes de la Historia , es decir, quienes han sabido vivir sirviendo a los demás. Son éstos los únicos que tienen verdadera autoridad moral. Juan Pablo II afirmó que “el hombre es un ser para los demás”.

Pero la capacidad de servir requiere autodominio, pues quien no es dueño de sí mismo no puede entregarse. No se puede vender o regalar aquello que no se posee en justicia. La verdadera libertad es la que nos permite entregarnos al servicio de los demás.

Hace muchos años en uno de los primeros programas de la televisión mexicana, conocido como “El programa de un solo hombre”, Humberto G. Tamayo decía con el fino ingenio que lo caracterizó: “Es la escuela de la vida la escuela más eficaz, pues el que no sabe aprende, y el que sabe aprende más”. Pero cuánto nos cuesta aceptar que todavía no lo sabemos todo.

Según algunos especialistas en Psicología, los delirios de grandeza suelen ser simples manifestaciones de complejos de inferioridad o del infantilismo -inmadurez- en que viven no pocos jóvenes y adultos.

Una manifestación de esta problemática podemos encontrarla en cómo algunos jóvenes tildan de “nacos” a otros, mientras ellos hablan con el peor de los lenguajes; desatienden su arreglo personal y visten exactamente como aquellos a los que infaman. Personalmente no entiendo en qué estriba la diferencia entre unos y otros.

Me parece preocupante el deterioro en el respeto a los demás. Sin ser profeta puedo presagiar, que de no revertir este asunto, dentro de pocos años la vida será mucho más difícil, pues cada día nos vamos haciendo más agresivos, tanto en el hogar, en los negocios y en el tráfico vehicular. Depende de cada uno de nosotros comportarnos con comprensión, cortesía y afabilidad para hacer este mundo cada día un poco mejor.