¿Vale la pena vivir?

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

No siempre estamos de humor para elucubraciones filosóficas, ni con ánimo para pelear contra quienes, según nosotros, están equivocados. Hay días en los que quizás amanecemos románticos, y al terminarse las horas de la jornada sólo deseamos relajarnos para pernoctar en sosiego. Sin embrago, vale la pena preguntarnos cuándo fue la última vez que pensamos sobre el sentido de la vida.

Cuando nos topamos con tantas noticias negativas y superficiales; cuando nos enfrentamos a nuestros fracasos; cuando nos parece imposible alcanzar nuestros sueños; cuando las deudas del dinero y del amor nos resultan simplemente impagables; cuando el saldo de nuestra paciencia se ha agotado; cuando el mundo ha perdido la fe en nosotros y nosotros dudamos del poder divino; cuando la realidad nos hace ver en todos los espejos nuestra monumental fragilidad; cuando el paso de los años nos muestra que no estamos donde hubiéramos deseado estar; cuando experimentamos que la lealtad de nuestros amigos y parientes no da el kilo; cuando somos concientes que otros saben más, tienen más, pueden más, gozan más que nosotros…, ¿qué hacer?

Vienen de mis archivos, que no de mi frágil memoria, los versos del poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón, cuando acusado de un crimen que no cometió, escribía desde la cárcel un poema que titula con el nombre de la mujer amada: “A Gloria”, del cual copio sólo dos versos:

Fiado en el instinto que me empuja

desprecio los peligros que señalas:

"El ave canta aunque la rama cruja,

como que sabe lo que son sus alas".

Erguido bajo el golpe en la porfía,

me siento superior a la victoria.

Los claros timbres de que estoy ufano

han de salir de la calumnia ilesos.

Hay plumajes que cruzan el pantano

y no se manchan... ¡Mi plumaje es de ésos!

Qué maravilla poder gozar del genio de quienes, a pesar de la adversidad, saben hacer de la tragedia humana, un poema. Y aunque la vida es mucho más que poesía y la realidad siempre supera a la teoría, hemos de reconocer que las obras sin aspiraciones pueden quedar vacías. Habremos, pues de aprender a fundamentar nuestra existencia personal en un esquema de valores bien jerarquizados, pues sólo con orden en la cabeza podremos alcanzar ideales por los que valga la pena dejar el pellejo. De lo contrario simplemente podemos morir de pulmonía o aplastados por un camión de la basura.

Sin embargo, los hombres siempre nos equivocamos al juzgar a los demás. Preocupémonos, más bien, por el juicio de quien nos pedirá cuentas de cómo administramos la vida que Él nos regaló.