Lástima de colegiaturas

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

Educar, hoy por hoy, está en chino. No son ni uno, ni dos, los casos que me he encontrado en los que unos excelentes padres de familia se lamentan  por que sus hijos están muy lejos de ser lo que ellos pretendían, después de haberse desgastado en la atención de ellos se los ganó ese ambiente tan lleno de vacío.

Pero también es cierto que la guerra no ha terminado, y sin duda que estos jóvenes con familias bien estructuradas -que cuentan con el buen ejemplo de sus padres- están en mucho mejores condiciones de retomar el camino para ser gente de bien, que aquellos que crecieron en un hogar disfuncional, o sin cariño, o sin las debidas exigencias y cuidados familiares.

Si el mundo está como está no es por culpa de los que se preparan a tomar sus riendas, sino de quienes vamos por delante en años y responsabilidades. Quejarnos de que la juventud está desorientada me suena a hipocresía. Detrás de muchos desórdenes morales está la sombra de nuestra comodidad y cobardía, cuando no de nuestra inmadurez. 

Muchos papás viven con la conciencia de que ya cumplieron con su deber por haber tenido a sus hijos en algún colegio católico. Y  sus  hijos crecen con la mentalidad de que ya pagaron su cuota a Dios por haber estudiado en un colegio donde les dieron clases de religión.

Una auténtica educación se ha de basar en un cuadro de valores sólidos y bien estructurados que puedan ser alcanzados por medio del ejercicio de virtudes concretas; muy lejos, pues, de la simple improvisación que caracteriza el ambiente de tantos hogares.

Entre tantos ejemplos que nos hablan de esta situación encontramos a las jovencitas -y otras ya no tanto, incluyendo algunas mamás que no pueden ocultar sus arrugas- que se exhiben como gallinas en congelador de supermercado. Y no son pocas las señoras que gastan su valiosísimo tiempo en saber de todo lo que sucede fuera de sus hogares, sin enterarse de lo que está pasando adentro.

Si los padres viven lamentándose de la falta de dinero, o dedican todos sus esfuerzos en conseguir los satisfactores materiales para poder mantenerse dentro de la competencia de a ver quién tiene más, lo lógico será que los hijos crezcan con la conciencia de que lo más importante en la vida es tener dinero y lo que con ello se compra. ¿De qué nos sirven tantos postgraduados si no aprendieron a luchar por hacer felices a quienes tienen cerca?

Qué alegría me dio esta semana encontrar a un joven padre de familia, al que no veía hace muchos años, asistiendo a unas clases de formación humana, y cuando le dije: Oye, ¿y tú para qué vienes, si ya has oído todo esto? Me respondió: Siempre se puede aprender algo más. No cabe duda, este es el tipo de gente que necesita el mundo.