Bonitas, inmaduras y borrachas

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

Quizás se pregunten por qué no titulé este artículo: “Feos, inmaduros y borrachos”; pues por dos razones: Primera, porque a nadie le interesaría leerlo, y segunda, porque la degradación de una mujer suele traer mucho peores consecuencias que las de un hombre.

Ya estamos sufriendo las consecuencias de vivir en una sociedad cuyos adultos fuimos “educados” por la televisión. Dentro de pocos años conoceremos las consecuencias de vivir en una sociedad en la que las madres de familia acostumbraban embriagarse desde muy jóvenes. Personalmente, tengo miedo de que aquello llegue a convertirse en una auténtica historia de terror.

Hoy en día todas las chiquillas son bonitas. Tienen muchos recursos para serlo -aunque no lo sean de fábrica- y, en el peor de los casos, hasta las que no, suelen sentirse Britney Spears. No sé si ustedes tengan la misma impresión que yo, pero me parece que la ancestral coquetería femenina está cortada con los patrones del cine actual. Antes el cine reflejaba la realidad…, ahora la crea.

Gran parte de los problemas de los jóvenes -hombres y mujeres- es que muchos no son malos pero juegan a serlo, pues eso los hace sentirse “in”. También tengo la impresión de que los jóvenes no son felices aunque traten de aparentarlo, y esto se debe a que no suelen tener un proyecto de vida propio y bien estructurado. Desean la felicidad envuelta para regalo y que les llegue hasta la puerta de sus casas por DHL y con el porte pagado.

Hoy se tiene la idea equivocada de que los hijos se merecen todo lo que desean, y por ello muchos padres también viven frustrados, pues no pueden cumplirles todos sus caprichos.

En algún lugar leí que la vida es como un trayecto en taxi. El taxímetro sigue avanzando aunque nos quedemos atorados en un embotellamiento. Dicho en otras palabras, los errores y cobardías de muchos padres de familia serán cobrados con el paso del tiempo cuando tengan que pagar la frivolidad de sus hijos. Pues hacerse adultos y casarse no son metas, sino etapas de la vida que exigen una respuesta de responsabilidad y madurez proporcionada a los compromisos.

Quizás nuestros ideales sean nobles, pero no los alcanzaremos sin caminar por la senda de las virtudes, y ésta es empinada. Adquirir hábitos positivos requiere un esfuerzo al que parece que no están acostumbradas las nuevas generaciones. Quizás por ello algunos se fugan al anonimato de los vicios y los antros, para más tarde fugarse del matrimonio.

¿Será demasiado tarde para volver la mirada atrás y fomentar virtudes como la honradez, la sinceridad, el esfuerzo, la constancia, el trabajo, la fidelidad, el espíritu de servicio, la generosidad, el respeto y otras? Ojalá que no, pero no será fácil.