Kepler, Copérnico, Galileo & Co.

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

Kepler, quien alrededor del 1600 formulara sus tres leyes para establecer las relaciones matemáticas sobre las órbitas elípticas de los planetas alrededor del sol, estaba persuadido de que las leyes naturales pueden ser conocidas por el hombre, “puesto que Dios quiso que las reconociéramos al crearnos según su propia imagen, de manera que pudiéramos participar en sus mismos pensamientos”. En otro momento llegó a la audaz afirmación de que “nuestro entendimiento es, en este aspecto, del mismo tipo que el divino”, añadiendo que “esto no supone irreverencia, pues los designios de Dios son impenetrables, pero no lo es su creación material”.

Copérnico, Galileo, Newton y otros hicieron posible el nacimiento sistemático de las ciencias modernas teniendo las mismas convicciones, dado que eran cristianos, y no sólo de nombre, sino también interesados en cuestiones de Teología.

Por su parte, Pierre Duhem (1861-1916) dedicó muchos volúmenes a examinar el trabajo científico realizado durante siglos, deshaciendo la falsa idea de que la ciencia moderna supone una ruptura con todo lo anterior. El así llamado “oscurantismo medieval” resulta ser, por el contrario, una fuente insustituible de pensamiento riguroso y una colección de esfuerzos para las ciencias experimentales.

Los pioneros de la ciencia moderna trabajaron, pues, dentro de una matriz cultural cristiana que impulsó decisivamente sus investigaciones. La doctrina cristiana sobre las relaciones entre Dios, el hombre y el universo constituye el fundamento teórico de la actitud científica y la hicieron posible.

Todos sabemos que la historia la escriben los vencedores, y a lo largo de los dos últimos siglos los liberales -vencedores con la Revolución Francesa de las batallas en nivel ideológico y legal en muchos países- han estimulado una historia negra en contra de todo lo que huela a cultura cristiana, en un intento por hacer creer al gran público que la Iglesia Católica ha entorpecido la cultura, pues los descubrimientos de las ciencias ponían en peligro sus dogmas, poniendo en peligro la posibilidad de influir en las conciencias.

Este argumento se antoja razonable, pero no deja de ser una falacia, esto es una mentira bien vestida y perfumada, sobre todo para quienes están lejos de ser personas cultas y han sido educados en una historia parcial y amañada. No olvidemos que la interpretación sobre cualquier hecho puede ser completamente diferente del que motivó en la realidad a sus protagonistas.

Seamos sinceros, sin la ingente labor educativa de la Iglesia Católica , nuestra civilización seguramente estaría en pañales.