Respetable Sr. Presidente:

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

Esta es la segunda vez que me dirijo a Usted desde mi trinchera en las páginas de opinión. La primera fue el 1º de julio del año 2000, cuando le escribí al futuro mandatario de México, sin saber quién ganaría las elecciones.

Para ser sincero, en esta ocasión hubiera preferido no dedicar mi columna semanal a tratar el tema de su matrimonio civil; sin embargo, mi conciencia y mis lectores me exigen, como sacerdote católico que soy, que aborde el tema, pues de lo contrario estaría yo rehuyendo una obligación por comodidad o cobardía. Para empezar he de decir que soy conciente de que quizás Usted ni siquiera lea estas líneas, pero repito, considero que es una exigencia de principios.

No le diré nada que no haya oído, y meditado. Además estoy seguro que esta decisión habrá sido para Usted muy dolorosa, pues una persona que ha basado su línea de conducta y su política en los principios éticos -entre los cuales está la coherencia- debe sentirse mal por los reclamos de su conciencia.

Está claro que, en su posición de Presidente de la República , decidir algo como esto no tiene las mismas repercusiones que tendría si fuera un ciudadano común y corriente, pues lo que hace quien está a la cabeza de una nación tiene una trascendencia mucho mayor. Me permito puntualizar esto un poco más:

· En su situación como católico ha renunciado a la Gracia Santificante al contravenir una exigencia divina en materia grave por lo cual, además, se priva de recibir los Sacramentos, hasta que se confiese con “propósito de enmienda”, con todo lo que esto supone.

· Por otra parte está su ejemplo como padre dentro de una familia católica. A partir del 2 de julio del 2001, ya no podrá decir a sus hijos que han de buscar una persona soltera para casarse, o que da lo mismo contraer nupcias, o no, por la Iglesia , pues si las cosas no salen como uno lo esperaba, se recurre al Registro Civil, y asunto arreglado, es decir, como si no hubiera pasado nada. Dejando las exigencias de la fe como se deja el sombrero en la puerta de la casa.

· En su papel de gobernante tiene la obligación de ser defensor de la familia. Pues se ha dicho hasta el cansancio que ésta es la célula de toda sociedad, y la coherencia de los padres es el fundamento obligado en la educación de los hijos. Esto lo ha defendido tanto en su campaña presidencial, como durante su gobierno, y es un principio de su partido.

· Además querámoslo o no, esta decisión es un mal ejemplo para nuestro pueblo, especialmente para los jóvenes, pues la imagen que muchos se han formado de Usted es la de un hombre de principios. Sr. Presidente, no pierda de vista que los ejemplos de los personajes públicos marcan hitos.

Personalmente le diré que ha perdido autoridad moral ante mi, pero no porque haya decidido hacer algo que va en contra de mis ideas personales, sino porque con ello, contraría la forma de pensar de Usted mismo, es decir, por haber traicionado a su propia conciencia. Lo animo ahora a fijarse en la vida de Santo Tomás Moro, primer ministro de Enrique VIII, para que se encuentre con el ejemplo de quien, metido de lleno en la vida política, prefirió llegar hasta las últimas consecuencias antes de traicionar su fe y su fidelidad a Dios.

Comencé estas líneas recordando que soy sacerdote, por lo tanto he de aclarar que estoy rezando por Usted y toda su familia. También por la Señora Martha Sahagún para que ambos sean concientes en profundidad de lo que han hecho, y tengan la calidad humana, y el amor a Dios necesarios, para corregir lo que sea necesario en bien de Ustedes mismos, y de nuestro País.

La misericordia de Dios, le recuerdo, es infinita, y en esta vida estamos siempre a tiempo de rectificar nuestros errores.