Textos fuera de contexto

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

Con la facilidad que se tiene hoy para publicar sobre cualquier tema, resulta frecuente encontrar libros ricos en palabras, pero menesterosos de verdad y buenas costumbres. Si no estuvieran impresos, bien podrían servir como cuadernos, para darle mejor uso a ese papel. Así pues, muchos que se sienten orgullosos de haber publicado libros pueden asemejarse a quienes presumen de haber engendrado hijos, pero no han sabido ser padres: No basta.

Solemos escuchar que los libros son nuestros mejores amigos, pero por otra parte, constatamos que, en ocasiones, son nuestros mejores amigos quienes nos invitan a realizar malas acciones.

No cabe duda de que hoy los embaucadores profesionales, es decir, aquellos que viven de falsear -y a veces haciéndose ricos y famosos- pueden rellenar sus mentiras con infinitud de datos ciertos, pues lo que sobra es información. De esta forma, se dedican a construir patrañas a las que no les falta ni un solo ladrillo; aunque todos ellos estén tomados de diferentes edificios, pues saben ocultar su origen, ponerlos en el orden que les conviene y darles varias manos de pintura con el color que esté de moda.

Cuando se escribe del amor sin haber amado; cuando se trata sobre las buenas costumbres sin tener educación; cuando se aborda el dolor sin haber sufrido; cuando se pontifica en temas de fe, sin fe; resbalar por la pendiente del error resulta casi inevitable.

Ante los datos estadísticos sobre nuestra poca afición a la lectura, no sé quiénes estarán en desventaja; si los ignorantes o los letrados. Los primeros son como recipientes vacíos, y entre los otros hay algunos que acostumbran meter todo tipo de ingredientes en sus entrañas intelectuales con el fin de saber de todo, pero sin orden ni criterios de selección y, en el mejor de los casos, suelen terminar empachados.

Así como saber conducir un auto es mucho más que saber conducir un auto; saber leer, es mucho más que interpretar el sonido de vocales y consonantes. El gusto por la lectura puede ser tan nocivo como el gusto por la comida. Y lo peor de todo es que hay comida y libros muy sabrosos, pero poco sanos.

Los libros son recipientes de ideas, datos, ilusiones y experiencias. Los hay que son cofres desbordantes de tesoros invaluables, y otros, simples botes de basura. Leer un libro requiere tiempo y nuestro tiempo es nuestra vida, por eso conviene saber a qué les dedicamos esos trozos de nuestra existencia.

En nuestra época el subjetivismo lo encontramos espolvoreado por todas partes y su éxito consiste en que es más cómodo, no exige coherencia y, como los dólares, es aceptado en todas partes.

Permítanme darles un consejo a los jóvenes: antes de leer un libro piénselo un poco.